La Paz, 15 de julio de 2022 (ABI).- Entre los hitos más trascendentales de América está la Revolución Paceña del 16 de julio de 1809 que, como todo hecho histórico, tiene un antes, un instante y un después.
El antes, es el contexto en el que se desarrollan los hechos; el instante, el acontecimiento en sí: el después, la versión sesgada de los vencedores, escribió Roberto Cuevas Ramírez, periodista, escritor y docente universitario, fallecido el pasado año, quien escribió una colosal radiografía sobre la legitimidad de la Junta Tuitiva de 1809.
El trabajo del gran periodista, para debate y estudio, en su integridad, a continuación:
En la Revolución Paceña, el antes tiene que ver con los factores internos y externos en los que se movían los grupos dominantes y dominados, el instante, está reflejado en los testimonios de testigos que relatan los hechos día a día y que, en este caso, son cuatro Diarios y algunas carillas de apuntes, y el después, los expedientes de los procesos instaurados a los patriotas.
Como la Proclama de la Junta Tuitiva es un testimonio del instante, nos interesa utilizar los Diarios que han llegado hasta nuestros días y que corresponden a un español, dos sacerdotes, un general y un emigrado boliviano. Hablamos de don Tomás Enrique Cotera, los curas José Cayetano Ortiz de Ariñéz, presbítero de la Iglesia de Santa Bárbara, Benjamín Iturri Patiño, religioso de La Merced, del general Dámaso Bilbao La Vieja y “un emigrado de la ciudad de La Paz” sin identificación.
De los cinco, el del español Cotera, fanático de la causa realista, es el que refleja con mayor detalle los hechos entre el 16 de julio de 1809 y el 20 de febrero de 1810. Los otros cuatro son apuntes con espacios en tiempo como el del cura Ortiz que llega hasta el 15 de mayo de 1816.
Contexto
Para comenzar, estamos hablando del Perú como nación compartida por altoperuanos y bajoperuanos y en la que los movimientos insurgentes que se producían en ciudades o campo, afectaban por igual a todos quienes habitaban su territorio.
Ahora bien, no toda rebelión tiene carácter independentista o libertario, algunos son solo de protesta habida cuenta que la población enfrentaba niveles de miseria espantosa como consecuencia de una larga sequía, el final de la explotación de la plata, la exagerada exacción de obligaciones impositivas para mantener la burocracia colonial y las alarmantes noticias que llegaban de Europa relacionadas con el deterioro de la monarquía española.
Esto explica que no es sólo 1809 el año en que se darán movimientos insurgentes puesto que hay un largo listado de sublevaciones como la de Antonio Gallardo en 1661 cuando con los indios de los obrajes de La Paz da muerte al corregidor y otros oficiales españoles, la de Alejo Calatayud en 1730 en Cochabamba y por lo que es brutalmente descuartizado junto a varios de sus compañeros, el de Arequipa en 1780 sin cabezas visibles pero que termina con una sangrienta masacre, el del 12 de marzo del mismo año en La Paz, oportunidad en la que por primera vez circulan pasquines con la frase “Muera el Rey de España”. El 10 de febrero de 1781 estalla en Oruro una rebelión encabezada por don Jacinto Rodríguez de Herrera y cuyo protagonista principal, Sebastián Pagador, perderá la vida en una turbamulta. En 1795 se produce el conato de Pablo Conti en La Paz y el 24 de junio de 1805 se dará la gran rebelión mesiánica-libertaria de Cusco con conexión en La Paz. A raíz de este intento, el 5 de diciembre de aquel año son ejecutados en la plaza Kusipata de Cusco los peruanos Gabriel Aguilar y José Manuel Ubalde y en La Paz sometidos a proceso Pedro Domingo Murillo, el Dr. Esquivel, José Landavere y otros.
Pero no son solo criollos y mestizos los protagonistas de estos hechos, también los indios tienen otro largo listado de sublevaciones que no comienzan ni terminan con José Gabriel Tupac Amaru en Cusco o Tupac Katari en La Paz puesto que entre 1722 y 1732 se producen amotinamientos en Azángaro, Carabaya, Cotambas y Castrovirreyna, en 1742 se subleva Juan Santos Atahualpa con el propósito de refundar el imperio incaico en una lucha que dura diez años. En 1749 rebelión en Quillabamba al mando de Pablo Chapi, en 1750 Francisco Inca y Pedro de los Santos sublevan a indios del altiplano y la costa peruana matando a un corregidor por lo que serán decapitados. En 1770 levantamientos en Sica Sica y Pacajes, entre 1770 y 1775 alzamientos en Santiago de Chuco, Chumbibilca, Lambayeque, Chota, Conchoco, Huánuco y Urubamba, pueblos del Bajo Perú.
En 1780 el Perú vive convulsionado porque además de la gran rebelión de Arequipa se produce la sublevación de los hermanos Dámaso y Nicolás Katari en Chayanta. Son traicionados y asesinados. El 4 de noviembre de ese año instala su cuartel en Tungasupa José Gabriel Tupac Amaru, ajusticiado junto a su familia dos meses después. El gran remate lo da Tupac Katari y su esposa Bartolina Sisa con el cerco de 109 días a La Paz y por lo cual, fracasado el movimiento, serán descuartizados.
Pero si todo esto ocurría a nivel intra-nacional, internacionalmente las cosas estaban igual o peor.
El 22 de julio de 1806 los ingleses ocupan Buenos Aires y son rechazados por los españoles. Al año siguiente vuelven a la carga hasta que el 5 de julio de 1807 son expulsados por segunda vez. En España problemas de alcoba llevarán a Carlos IV abdicar el trono. Fernando VII, su hijo, es hecho prisionero junto a su padre por el Emperador francés Napoleón Bonaparte que coloca la corona a su hermano José, más conocido como “Pepe Botella”. El pueblo español intenta asumir el poder a través de la Junta de Sevilla y en América la hermana de Fernando, la Infanta Carlota de Borbón, juega sus propias cartas utilizando a un intrigante internacional, el arequipeño José Manuel Goyeneche.
Revoluciones de 1809
Es en ese contexto en que se van a dar las revoluciones del 25 de mayo de 1809 en Chuquisaca y del 16 de julio en La Paz. Las características son completamente distintas entre una y otra lo que provoca una prolongada discusión hasta hoy sobre la primogenitura del grito libertario en América.
Muchos autores califican el movimiento chuquisaqueño como simplemente un “alboroto” porque entonces no se habló de independencia ni libertad y, por el contrario, se defendió la autoridad suprema del “suspirado” Fernando VII frente a la pretensión monárquica de su hermana Carlota.
En la Real Audiencia de Charcas se enfrentan autoridades monárquicas con los defensores de Fernando que da lugar al intento de tomar presos a los hermanos Zudáñez terminando la acción en una espontánea reacción civil de protesta. En cambio, la Revolución de La Paz fue claramente independentista por las acciones de sus protagonistas, el Cabildo y la Junta Tuitiva y porque el pueblo sale a las calles como actor y deliberante.
Es en este momento en que será dada a luz pública la Proclama de la Junta Tuitiva.
Escenario
Para hablar de la Revolución del 16 de julio de 1809 y la Proclama de la Junta Tuitiva, es necesario ubicarnos mentalmente en tiempo y espacio. Se insiste en este ejercicio de la imaginación, porque cuando se habla de hechos históricos, hay una tendencia natural a suponer que aquello se produjo en el escenario que vivimos.
La Paz del 1809 después de doscientos años tiene abismales diferencias. Entonces la ciudad estaba conformada por sólo 46 manzanos, población con un promedio de diez mil habitantes, de los cuales el 60% eran indios, el 25% mestizos y el 15% blancos. En ese 15 por ciento debe tomarse en cuenta que una minoría eran españoles de origen, entre los que se contaba a los jerarcas de la Iglesia, y el resto criollos, es decir hijos de españoles nacidos en América.
Por eso es que la gesta paceña tuvo como actores a la mayoría de los mestizos o cholos de la ciudad (clase media, dirían los sociólogos) y criollos identificados con la tierra que los vio nacer, lo que no significa desconocer o minimizar la presencia indígena puesto que por primera vez sus representantes fueron convocados al Cabildo y en los Yungas perecieron decenas de indios, negros y mulatos, defendiendo la Revolución.
La mención viene a propósito de una afirmación de Carlos Montenegro, autor de Nacionalismo y Coloniaje, que nos dice: en Chuquisaca de 1.115 graduados en los Colegios Azul y Colorado, la Academia Carolina y los Cursos Canónicos, no llega a 20 el número de aquellos que con convicción y lealtad abrazaron la causa revolucionaria.
Sigamos con el espacio. A principios del siglo XIX la ciudad de La Paz tenía como periferia hacia el norte hasta la calle Karkantía, hoy Catacora, al este hasta la actual calle Loayza, al sur hasta lo que es hoy la Plaza del Estudiante y al oeste hasta la plaza de San Pedro y la actual calle Murillo en la zona del Gran Poder. El río Choqueyapu dividía la ciudad de los españoles y la de los indios, conectadas por un precario puente a la altura de lo que es hoy la Iglesia de San Francisco.
Estamos hablando, además, de un tiempo en que nada de lo que conocemos existía. La “calle ancha” tenía la amplitud de la actual Comercio. Las demás eran callejones y vías estrechas. No se conocía la energía eléctrica y en las noches en las arterias centrales se usaban faroles al estilo de los que se tiene en la calle Jaén pero alumbradas con cebo y una mecha o pabilo. Para fiestas como la de la Virgen del Carmen la Plaza Mayor, hoy Murillo, y calles adyacentes eran iluminadas por farolitos de papel que en forma de acordeón protegían del viento a las velas colocadas en su interior.
Ni hablar de tecnología. La comunicación era cara a cara (“face a face” dirán los comunicólogos), porque si bien existían libros en rústicas bibliotecas como la de don Pedro Domingo Murillo, la imprenta propiamente era desconocida y para “socializar” la información se tenía que recurrir a los “bandos” (carteles) pegados con engrudo en las esquinas de la plaza y calles inmediatas. Esas fueron las condiciones en las que don Pedro, junto a su compañero Carlos Tórres, elaboraban y colocaban sus “bandos” contra los abusos de la monarquía a través de cobradores de impuestos como “el k’aragallo” o “el zarcillito”.
¿Y qué eran esos “bandos” o carteles?
Hojas manuscritas una a una por los “amanuenses”, de modo que si se quería “socializar” un pasquín se tenía que escribir a mano cuantas copias fueran necesarias. Pero, además, estaba el problema de la lectura. La mayoría de la población era analfabeta y los pocos que sabían leer tenían que hacerlo en voz ante improvisados auditorios de gente que se agolpaba en los lugares donde aparecían aquellos documentos. Esas son las condiciones en que aparece la Proclama de la Junta Tuitiva y ese el escenario en el que se desarrollaron en 1809 tan extraordinarios acontecimientos.
Con esos parámetros en la imaginación es como debemos analizar el primer documento que habla de libertad e independencia.
Junta Tuitiva
Retomando los conceptos vertidos en la introducción de este trabajo, debemos subrayar que el instante está reflejado en los Diarios de aquellos momentos y que son los únicos testimonios ciertos de cómo ocurrieron los hechos. El resto corresponde al después, escrito por los amanuenses de los vencedores.
Reiteramos también que, al utilizar los diarios, nos obligamos a manejar el de Tomás Cotera cuyos juicios pese a ser de nacionalidad española, no son sesgados en favor de los revolucionarios. Por lo demás -justo es decirlo- están redactados con objetivismo periodístico lo que le permite manejar los hechos con ecuanimidad e imparcialidad. Entre los documentos del después, es decir, el de los vencedores, está el libro de Xavier Mendoza Pizarro en su libro “La mesa coja”.
El Sr. Mendoza Pizarro dice que en 1840 se publica recién las “Memorias Históricas” de Cotera. “Nadie en La Paz había tenido conocimiento de ese documento -la Proclama- antes de su primera aparición”. Sigue: en 1854 el profesor Félix Reyes Ortiz, -a quién lo califica de “loquito”- organiza las “Primeras Fiestas Julianas”. “Hasta ese año, sólo se recordaba la fecha por la fiesta de la Virgen del Carmelo”. O sea, ¡45 años después ¡
Más adelante afirma que la Proclama era un documento anónimo, atribuido a la Junta como “invención de la tradición” y que en 1877 se publica un trabajo de José Rosendo Gutiérrez reivindicando la primogenitura de la independencia americana a la Revolución Paceña porque “ya entonces se tenía la intención de trasladar la capital a La Paz” (¿20 años antes?) y afirma que, a partir de éste “se generalizará la idea que la proclama fue emitida por la Junta Tuitiva”.
Viene luego la historia de las firmas de los patriotas y una famosa “tachadura”. Sostiene que en 1879 “aparecen los primeros intentos de poner nombres a la Proclama” y seis años después se hace un segundo intento. Afirma que en 1896 aparece la “tachadura” (rayitas sobre el día 16 para, en la parte superior, corregir con 27).
¡Pero no sólo pone en tela de juicio firmas y fecha, sino que remata señalando que la Proclama fue redactada por chuquisaqueños y enviada a La Paz para que los revolucionarios pongan sus firmas! Aludiendo a la Sociedad Geográfica de Sucre afirma que el título original del documento es “Proclama de la ciudad de la Plata a los valerosos habitantes de la ciudad de La Paz”. A don Pedro lo califica de ignorante y dice textualmente de él: “no podía ser el autor de la Proclama porque recordamos haber leído no sabemos dónde, que don Pedro Domingo Murillo sabía escasamente firmar”.
Nuestra palabra
Dejar que estos conceptos “circulen libremente”, como diría el español Cotera refiriéndose a la difusión de la Proclama de la Junta Tuitiva, sería pecar por omisión. El que suscribe presentará en un tiempo más un ensayo completo sobre el particular, empero, de momento, considero imprescindible realizar algunas puntualizaciones.
Primero, Mendoza dice que sólo después de 31 años se conoce el texto de la Proclama en el Diario de Cotera.
El español no podía publicar sus apuntes al día siguiente porque no había periódicos, pero es explícito cuando en su relato del 27 de julio de 1809 dice: “Aún no ha salido a luz el nuevo Plan de Gobierno, pero si anda con libertad la siguiente Proclama que no deja dudas de las ideas de estos rebeldes…” y a continuación transcribe el texto tal y cual lo conocemos.
No registra título, cierto, pero tampoco menciona el de “La ciudad de la Plata a los valerosos etc.”. No era necesario porque ¿de qué rebeldes está hablando?, de los paceños, no los de Chuquisaca.¿Cómo transcribe Cotera la Proclama?, ¿copiando en su cuaderno palabra por palabra con testigos -patriotas o realistas- a su rededor?, imposible. Lo que hizo fue llegar de madrugada a una de las esquinas y despegar el “bando” para no omitir ni una coma.
Dice que el texto fue conocido 31 años después y, sin embargo, en los voluminosos expedientes de los procesos a los patriotas publicados en parte en la Colección “Biblioteca Paceña” de los años 1953 - 1954 por el Alcalde Juan Gutiérrez Granier en base a la recopilación de Carlos Ponce Sanjinés y Raúl Alfonso García, así como en los archivos históricos de Sucre, Buenos Aires y Sevilla, la Proclama es mencionada insistentemente porque está incluida en una de las preguntas del cuestionario elaborado por igual para todos los enjuiciados.
Segundo, el documento fue “atribuido” a la Junta como “invención de la tradición”. Por favor…, españoles y patriotas -aunque no existe versión taxativa- sabían que la Proclama fue redactada por el cura de Sica Sica, don José Antonio (Antonino para otros) Medina, natural de San Miguel de Tucumán, Argentina, doctrinalmente jacobino y revolucionario radical.
Si los chuquisaqueños tenían redactado el documento por qué no lo hicieron público como suyo el 25 de mayo (menos de dos meses antes), o por lo menos respaldaron la revolución paceña en lugar de ayudar a aislarla.
Tercero: En cuanto a cantidad, ¿hubo sólo un ejemplar de la Proclama? Existieron (y existen) decenas de copias entre las que se cuenta el ejemplar de Cotera, los incautados al cura Iturri Patiño en Tapacarí, Cochabamba, dos ejemplares en Putina, cerca de Cusco, un borrador en el domicilio de Medina, dos ejemplares que llegaron a manos de las autoridades realistas, etcétera.
La explicación es simple. Era necesario dar la mayor difusión al documento y había que sacar copias, pero las copias eran manuscritas y no necesariamente hechas por amanuenses. Serán los propios revolucionarios los que elaboren. Por eso existen algunas palabras distintas en algunas porque con los afanes del momento los que copiaban no lo hacían reposadamente como en los claustros de las iglesias. Es más, cuando fueron entregados ejemplares a comisionados para divulgar las ideas de la revolución en ciudades del interior (Bajo y Alto peruanas), se tenían que tomar recaudos para evitar conflictos en caso de detención y entonces a esos les pusieron el título de “La ciudad de La Plata etc.”
Cuarto: ¿Qué pasó con las firmas y la “tachadura”? Simple. Eran tantas copias no manuscritas al mismo tiempo que resulta lógico que unas sean firmadas por unos y otras por otros e, incluso, algunas no lleven firmas. Lo de la “tachadura”, nada más explicable. La Junta Tuitiva fue constituida recién el 24 de julio en cumplimiento de uno de los puntos del Plan de Gobierno del Cabildo. Se supone que en los días posteriores lo primero que se discutió en esa Junta fue la Proclama, por lo que se tiene evidencia de que sufrió algunas modificaciones sugeridas por el doctor Basilio Catacora y don Pedro Domingo Murillo. Entonces, si fue aprobada la noche del 26 había que tachar el 16 y corregir con 27 por un principio de honestidad revolucionaria.
Cerramos mencionando que, según el autor chuquisaqueño, los patriotas fueron condenados no por lo que dijeron o escribieron sino por lo que los españoles suponían que querían hacer, no murieron por la independencia porque esa palabra no aparece en ninguna parte. Concluye diciendo que lo que se tiene encerrado en una bóveda bancaria -se refiere a uno de los ejemplares de la Proclama- y petrificado en medio de la plaza principal de la ciudad sede de gobierno, “es un mito porque nunca hubo una proclama escrita, firmada y difundida por la Junta Tuitiva el 27 de julio de 1809”
Un poco como decir que Jesús jamás dijo “amaos los unos a los otros”, Carlos Marx, “Proletarios del mundo, uníos” o don Pedro Domingo Murillo, “La tea que dejo encendida, nadie la podrá apagar”, cuando expresiones como estas son eternas, sin importar cuánto cambie el mundo.
Los patriotas de 1809 estaban concientes de lo que hicieron y pretendieron y sabían qué tenían que morir como héroes, aunque los amanuenses de los vencedores quieran tapar el sol con una mano.
Rdc/Mac