“Por favor doctor, póngame un calmante”, clamó durante dos horas Álvaro Valencia en la sala de operaciones del hospital Boliviano-Holandés, con una herida de bala en el brazo izquierdo por el disparo de un arma de fuego.
“Tiene que aguantar”, fue la fría respuesta de un médico a Marisol Rodríguez Cori, esposa del herido y ahora presidenta de la Asociación de Víctimas de Senkata, que brindó su testimonio al programa Somos Democracia, una alianza de medios estatales.
Valencia, después de recibir el impacto de bala en la puerta de su casa en el Distrito 13 de Senkata, El Alto, pasó por un vía crucis porque algunos nosocomios no querían atenderlo. Primero llegó a la Clínica Solidaria Fides donde se negaron a brindar atención, después acudió al hospital Boliviano-Holandés donde los médicos y enfermeras lo trataron de terrorista, masista y que se había vendido por “200 bolivianos”.
“Ya no quiero vivir, para que voy a vivir”, le decía Valencia a su esposa, quien observaba con impotencia el maltrato del personal de salud que se cebó con el dolor de los heridos que llegaron al nosocomio alteño
“Mi esposo ya no tenía ganas de vivir”, dijo Rodríguez a los conductores del programa. Antes de ser herido ejercía el oficio de metalmecánica, pero ahora no puede mover el brazo izquierdo y, por ende, no puede trabajar.
Indicó que los militares y policías llegaron hasta la planta de gas de Senkata donde amedrentaron a la población, generaron miedo bajo el argumento de que se dictará estado de sitio, dispararon gases lacrimógenos y sus armas de fuego.






